Carlos. Ese es mi nombre. Treintañero. Divertido, alegre, educado, romántico… Y, además, ejecutivo de éxito y fracasado en el amor. Vamos, que no he dado una en cuanto a relaciones.
¿Mi especialidad? Tropezar siempre con la misma piedra. Con mujeres que acaban dejándome tirado por sus ex. Parece que tengo un imán que las atrae, sí. Diréis… este muy listo no debe de ser… Pero a ver, ¿qué hago si soy enamoradizo? Si me gusta comprometerme y paso de los líos de una noche. ¿Que lo doy todo demasiado pronto? Puede ser mi error.
¿Acaso a vosotr@s no os ha pasado nunca?
Yo buscaba el amor, el de verdad, el que es para siempre. El caso es que, tras mi última ruptura, decidí que no quería nada que tuviera que ver con relacionarme con el sexo femenino. Cero. Ni olerlas. Mejor a kilómetros de distancia.
Ese era el punto en el que estaba cuando mi jefe me invitó a tomar unos días de descanso en el trabajo —para desestresarme—. Hasta ahí todo bien.
Elegí un encantador pueblo, Montaves —donde, por cierto, vive mi última pareja, Isa— para pasar unas idílicas vacaciones navideñas en plena naturaleza, rodeado de nieve, respirando aire puro y ambiente festivo, además de tranquilidad en el hotel de mis amigos.
Con lo que no contaba era con que, nada más pisar el pueblo, iba a cruzarme con unos labios rojos, una sonrisa deslumbrante y una lengua viperina y afilada, cuya propietaria era una lunática de los pies a la cabeza que iba a dar al traste con todos mis planes y propósitos. Y eso que no empezamos con buen pie…
Un romance al calor de la chimenea digno de un guion de cine. Una historia de película.
¿Quieres saber más? Sumérgete en la lectura acompañándola de una taza de chocolate caliente y galletas de mantequilla. Te va a dar hambre… y ganas de Navidad, de mucha Navidad.