Haddingtonshire, 1788.
Esta historia empieza con un asesinato: el esposo de Cassandra ha muerto. Y el hermano del fallecido lo tiene claro: el asesino ha sido uno de los tres hombres importantes de la vida de Cassandra. Su padre, Stuart Burns, que se vio obligado a aceptar ese matrimonio entre su hija y un hombre que terminó siendo un demonio. Su hermano, Liam Burns, que nunca ha escondido el desprecio que sentía por su cuñado. O Daniel Loughty, su prometido antes de que, siete años atrás, sus planes y sus vidas se vieran truncadas.
Daniel tiene un mal presentimiento con Stuart, Stuart teme por su hijo Liam, y Liam no puede dejar de sospechar de Daniel, al que le sobran razones para hacer algo así. Los hombres se miran entre sí, como siempre han hecho.
Y nadie mira hacia Cassandra, cuyos ojos están puestos en las mujeres: las que murieron en las hogueras y las que todavía sienten su amenaza, incluso aunque la Ley de Brujería ya no exista en Escocia. Ella piensa en las mujeres que le escriben cartas desde otros rincones de la isla, contándole historias diferentes que en realidad hablan de lo mismo: la lucha por sobrevivir en un mundo de hombres.
En los días posteriores al asesinato, Cassandra sólo puede hacerse una pregunta: por qué tantas mujeres. Y una plegaria: no terminar, ella también, en las llamas, culpable de todo lo que no es, y de todo lo que es.
Y consumida por los recuerdos: el de la bruja que la persigue desde su infancia y el del amor que perdió.
CAZA DE BRUJAS, MISTERIO Y ROMANCE, PERSPECTIVA DE GÉNERO
La última mujer de Gran Bretaña que fue condenada a la hoguera por brujería fue Janet Horne, en Dornoch. No se conoce con exactitud el año. Algunas crónicas sitúan la fecha en 1722, otras en 1727. Menos de una década más tarde, se abolió una Ley de Brujería que, se calcula, terminó con la vida de más de 2500 personas en la isla. Un 84% de las personas que murieron en la caza de brujas de Escocia eran mujeres. Esta novela las recuerda a todas ellas.