Frederick se alejó de su hogar, cansado de la tiranía de su padre, pero los deberes lo llaman a gritos y tiene que regresar para convertirse en el conde de Rochester . La herencia viene envenenada, pues está obligado a contraer matrimonio contra su voluntad. Incluso desde el infierno, el viejo diablo tiene la intención de seguir gobernándolo.
Una novia comprada y pagada no es lo que Freddy desea, sin embargo, no tiene más opción que aceptar lo que el testamento estipula, no ha estado esperando durante tantos años su venganza para echarlo todo por la borda. Su padre no ganará.
El plan es sencillo. Una vez casado, puesto que su esposa no significará nada para él, solo tiene que convencerla para que lo deje en paz. La recompensará generosamente y llevarán vidas separadas. El problema radica en que su nueva condesa no parece ser una mujer razonable ni sensata. Y peor que eso, lord Rochester no debería sentir ganas de borrar la tristeza de su rostro cada vez que la ve, en especial porque él es el culpable de su desdicha.
Un caballero lleno de rabia que necesita destruir a una mujer ilusionada para apartarla de su lado.
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