A Ivett se le ha agotado el tiempo que puede permanecer en la residencia en la que vive y debe marcharse el día de su cumpleaños al haber superado el límite de edad que establece la normativa.
A Dorian la casera de su amigo lo ha echado del piso tras haberlo pillado durmiendo en el sofá.
A Ivett y a Dorian les han alquilado los mismos diez metros cuadrados y, por imposible que parezca, se ven en la necesidad de compartir un espacio imposible en el que sus inseguridades y frustraciones van a tener que aprender a convivir.
Dos desconocidos.
Diez metros cuadrados.
Y, por supuesto, París.