Hacia 1665, un esclavo liberto pintó el retrato de doña Gracia de Mendoza, célebre cortesana de la época, y de un niño a quien recogió, convertido luego en su amante y finalmente en su esposo, Pablo de Corredera. Desde entonces, el cuadro ha sufrido avatares, ha cambiado varias veces de dueño, ha padecido mutilaciones y añadidos y, sobre todo, ha sido visto con distintos ojos por hombres y mujeres de diferentes épocas. Y en la nuestra alguien lo descubrió, lo restauró, y reconstruyó –o creyó reconstruir– la verdadera historia del cuadro y de los personajes que aparecen en él.
Paloma Díaz-Mas ha elaborado en El sueño de Venecia un refinado artificio literario, un tapiz cuya trama se va revelando pausadamente en sus cinco episodios, cada uno de los cuales está contado por una voz narradora distinta, que hace uso de los recursos literarios propios de cada época, pero conservando un enigma final, o al menos una cierta resonancia enigmática, como aconsejaría Henry James.
La novela nos propone, también, una reflexión sobre la Historia revelada en historias; sobre como la hacemos, la recordamos y la olvidamos y algún día intentamos reconstruirla. Una reflexión donde la belleza y propiedad de la escritura son también reveladoras.