Desaparecer en la posguerra es fácil. Lo difícil es evitar hacerlo para siempre.
Barcelona, octubre de 1940. Aunque es noche cerrada Luis Costa sabe que lo están vigilando. Lleva escuchando el eco de pisadas a destiempo desde que salió del Boston y se maldice por no haber cogido la Astra 400. Es otro error que suma a una larga lista que comenzó al abrir la puerta de su casa a una desconocida. ¿Por qué demonios aceptaría buscar a los hermanos Sala? Costa aprieta los dientes y echa una mirada rápida por encima del hombro. Siluetas grises sobre negro azabache. Sólo entonces comprende que ya es demasiado tarde para abandonar la partida.